Una de las cosas interesantes que se puede aprender con el paso de los años (de bastantes años, incluso hasta después de muerto) es la de redescubrir la niñez y esa deliciosa sensación que es no tomarse demasiado en serio. Parafraseando a un gran jugador inglés caído en desgracia, diré que “he sido un idiota la mitad de mi vida, y la otra mitad la he malgastado siendo inteligente”.
Esto viene a colación porque cuando uno se enfrasca en el oficio de escribir artículos, comentarios o críticas sobre las incapacidades de las personas que están en el puesto para cumplir con el trabajo que prometieron en sus campañas cuando andaban de generosos, calificados, competentes y sabelotodo, muchas personas - amigos, parientes y allegados de estos asalariados “prometedores”- saltan a desenvainar improperios de grueso calibre como balas dum-dum para defender la causa de los suyos.
Son personas apasionadas cuyos torrentes sanguíneos están constantemente en alerta amarilla, como las entrañas mismas del Villarrica. Generalmente, la pasión explosiva nubla buena parte del sentido común y la perspectiva. Lo que emana de la boca de un rabioso en estado de ebullición puede ser tan ininteligible como deschavetado, o lo que es peor, la saliva termina por caerles en sus propias caras.
Algunos dirán que “lo que se es” asoma cuando uno pierde el control. Aunque, también, puede ocurrir todo lo contrario y el que emerge sea uno que es completamente desconocido para nosotros. El animal salvaje que llevamos dentro no es siempre el fiel representante de lo que somos o nos hemos habituado a ser.
De hecho, la
ley contempla este aspecto psicológico-emocional de un acusado cuando, por
ejemplo, en un estado de cólera infinita, comete un crimen. “Estado
crepuscular”, le llaman.
En fin, el asunto es que para quien escribe el artículo, es un buen resultado que le caigan encima señoras indignadas con lenguas viperinas (o dedos venenosos) en vez de señales de indiferencia o comentarios hipócritas como esos saludos de besos en la mejilla con la boca para el lado que se regalan dos viejas que se caen mal.
Ya sabemos que en Chile uno puede ser tildado de “weón” y no enojarse, o de repente ser llamado igual y querer agarrarse a puñetazos. Tal como dijera nuestro filósofo costumbrista, Bombo Fica, “Chile, es una tierra rica en weones”. Sin embargo, no a cualquiera se le puede tildar de tal si el que dice la palabra no la sustenta con una cierta gracia y complicidad + otros componentes propios de la relación que nutran y encajen perfectamente en la comunión del sujeto que la dice con el sujeto que la recibe.
Pero, ante la perspectiva de enrabiarme y des-enrabiarme, tendría que empezar por aceptar que hay veces en que me tomo demasiado en serio. Que mi ego me encarcela. Que soy incapaz de liberarme de ese Yo que se cree la raja y que está siempre ansioso por demostrar lo inteligente que es.
En fin, son cosas del destino… (Como decía mi compadre cuando no tenía argumentos para defender sus pelotudeces).
Lo que finalmente quiero decir es que el mundo sigue siendo la olla común donde pululan los mismos weones que se vienen y nos vienen matando desde Adán para adelante. Nada casi ha cambiado en el espíritu del fuego interior en la esencia del ser humano que ama el poder y que tiene como objetivo fundamental satisfacer los mandatos y delirios de su Ego energúmeno, tan monumental como pelotudo.

