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Los Dioses no Sienten Frío ni las Hienas dan las Gracias por lo que Comen

 



       La gente, que en distintas partes del planeta vive ensimismada en la creencia de  dioses misericordiosos y creadores de la Tierra y el Cielo, tiene sensibles argumentos abstractos y etéreos para explicar la inexplicable existencia de estas divinidades. ¿Porqué habrá de ser tan misteriosa, inexpugnable e inaccesible la presencia viva de los dioses en esta parte de la galaxia y sobre un mísero grano redondo de arena cósmica saturada de agua? ¿Por qué ese afán de las religiosidades por las incógnitas y los enigmas?

      Para el corazón atormentado de una gran masa de personas que sufren en este mundo los males propios de la existencia, las desigualdades y su propia incapacidad para resolver las claves para interactuar exitosamente con la vida, es una bendición tener la fe puesta en lo divino, en algún dios omnipresente que sirva de bálsamo y de catarsis en las horas más amargas cuando se está en el dolor y la agonía.

      Creer, es siempre mejor que no creer.

      Sin embargo, la cruda realidad no deja de sorprendernos. La naturaleza es un animal salvaje cuya consigna básica es matar para sobrevivir. No hay nada de misericordioso dentro de la mecánica de la vida y coexistencia de esta naturaleza; ni aquí en la Tierra, ni en ninguna otra parte del Universo. Que un meteoro extinga toda la vida de un planeta o que un hoyo negro se trague una galaxia completa, no tiene nada que ver con la voluntad de ningún dios ni es la consecuencia de ningún plan divino.

      Algunos, insisten en que toda la existencia universal es parte de un evento matemático, una evolución cíclica. Otros, donan su fe a cielos, infiernos y purgatorios. Es que, al parecer, parados sobre este suelo tambaleante, es siempre mejor creer en algo superior que masticar la incertidumbre y el temor a la muerte sin un horizonte alentador ni un futuro bienaventurado al cual aferrarse.




     
       La foto de una pareja de iguales masculinos con las emociones desbordadas mientras abrazan a un bebé recién nacido (hijo de ambos) obtenido a través del vientre voluntario de una buena mujer, causó todo tipo de reacciones, desde las tiernuchas, propias de las personas que aman al prójimo y que se les escapan lagrimones cuando ven el amor de una pareja por su bebé (amén de todo lo que han tenido que pasar para llegar hasta este momento maravilloso inmortalizado en la foto), hasta los más emocionalmente asépticos y/o decadentes que no pueden superar la ecuación de una pareja de esposos de igual sexo, aunque sean generosos y estén amándose y transformándose en padres.

      Son estos últimos los que han confundido las señales del amor de los padres y se han aferrado a la disparatada idea de que todo está mal porque el niño nunca podrá decirle “mamá” a ninguno de los dos. Algo así como que por llamarme Carlos María no tuviera posibilidad ninguna de afianzar mi masculinidad, y por consecuencia, estuviera irremediablemente destinado y condenado a la homosexualidad.

      Los tiempos en que alguna iglesia de Occidente nos excomulgue por una rebeldía en contra del dios que la sustenta, parecen cada vez más lejanos; casi tan lejanos como que nos quemen vivos por unas mentadas de madre a la "santa" iglesia católica o a la figura del Papa por algún discurso suyo donde (como en otras ocasiones) le hace una verónica a la realidad de los abates, clérigos y eclesiásticos (llámese curas) que sufren de calenturas con los monaguillos y hasta eyaculan en los confesionarios.




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