De las muchas cosas que a los chilenos nos hace falta recuperar, la confianza, la franqueza, la cordialidad, la tolerancia, el escuchar a los demás o la empatía, conforman el lote de las emocionalidades críticas y fundamentales para la convivencia que se han ido desvirtuando y descomponiendo hasta el punto de transformar la vida en común de la calle en un espacio en donde mandan la indiferencia, la tensión, el temor y la desconfianza entre otras tantas ansiedades negativas que nos hacen desperdiciar la creatividad del lado virtuoso de nuestras emociones.
Esto, ya lo he escrito antes. El problema es que ese antes era bastante mejor que este ahora. Es decir, tal como ocurre con las consecuencias del calentamiento global en la naturaleza que nos cobija, el ambiente ciudadano está igualmente enrielado a una degradación que por el momento y bajo la tutela de quienes están al mando de la Administración del Estado no augura mejoras en el tiempo por ninguna parte.
Paulatinamente, hemos ido incrementando nuestro desapego (por no llamarlo desdén) hacia los demás que circulan a nuestro alrededor. Nuestras elucubraciones y prejuicios se han vuelto el caldo de cultivo de ideas extravagantes, verdaderos delirios, actitudes estrafalarias en dirección al recelo, la sospecha y el miedo, al tiempo que otras alteraciones propias de la sociabilidad competitiva que nos ha construido el Poder, apuntan al exitismo, al consumismo y a sacarle partido a todo que se pueda. Un conjunto de ansiedades materiales que no se condice con nuestra tradicional alma nacional (de otrora) propensa a la convivencia, la tertulia, la risa, el compadrazgo y la camaradería.
Echo muchísimo de menos mi antigua vida peatonal feliz en la calle dándome vueltas para puro ver gente, mirar las vitrinas, disfrutar los escotes, saludar y varias veces sonreírme con alguna cara alegre que me regalaba algún guiño cómplice como si nos conociéramos. La calle invitaba a caminar sin prisas, a sentir el (ex)aire fresco en los pulmones o la tibieza del sol en la cara. Me sentía circundado por un ambiente sociable y amistoso en el que no se esquivaba la vista como hoy que la gente nos devuelve una señal incómoda con sus ojos si es que nos ocurre casualmente encontrarnos con su mirada.
Tenemos cosas que hacer. Muchas cosas que intentar mejorar ¡ahora! y mucho antes que el hábito de la irracionalidad, el despotismo o la intolerancia se enquiste en nosotros al igual que aquellas cosas brutales que ya son parte del ciclo perverso del Poder y de las otras fuerzas destructivas de la estupidez humana que contribuyen a la descomposición de una buena parte, no solo de nuestra vida en común, sino también de la propia Naturaleza a la que estamos encaminando, irremediablemente, hacia una metamorfosis perniciosa.
Y una de las cosas que tenemos por hacer y que ahora es la más fundamental, es recuperar la vida en paz de la calle. Es que, estos tiempos violentos, criminales y corruptos NO son para autoridades pusilánimes enclaustradas en los derechos humanos de aquellos que NO han tenido piedad con los derechos de los demás. Tampoco son tiempos para Gobiernos que se toman todo el tiempo del mundo para reaccionar frente a la violencia criminal organizada que ha encumbrado los niveles de la delincuencia a métodos propios de una perversión ajena a la idiosincrasia común de la criminalidad chilena.
Los ejemplos de la inoperancia de nuestras autoridades respecto de la paz ciudadana se dan a raudales y también se extienden a otras situaciones que tienen igualmente que ver con la responsabilidad del Estado frente a la ciudadanía, tal como ha sido la vergonzosa incompetencia de las empresas eléctricas frente a las demandas de gestiones de emergencia en una catástrofe climática reciente que dejó a más de 1 millón de capitalinos sin electricidad por muchos días y luego a cientos de miles por semanas.
Este fin de semana, 8 personas fueron asesinadas en Santiago. Una velada de terror que solo la habíamos visto en alguno de los países más violentos del mundo. Un estilo de masacre que era la recurrencia en El Salvador hasta que el presidente Bukele decidió ponerle freno al crimen haciendo exactamente lo necesario e imprescindible para garantizar los derechos humanos de la ciudadanía y que significó poner en el lugar que le corresponde a los derechos malgastados, desperdiciados y perdidos de ladrones, asaltantes, asesinos, violadores y de otros malhechores criminales.
