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"Corazón Roto"

 


    Pedro, creía que lo mejor que podía hacer era irse por ahí a algún lugar del mundo donde no existiera nadie de su familia ni mucho menos sus padres ni sus estúpidas tías ni tampoco Claudia, la loca que solo estaba para acostarse con cualquiera y luego llegar de madrugada a tocarle la ventana para beber vino con él y contarle el cuento de su desesperación, de su tristeza y de su rabia con el mundo porque no tenía un lugar bueno para ella ni había nadie que la amara de verdad o siquiera la tomara en serio

¡Puta, puta y reputa!

    Eso era lo que  hubiera  querido  gritarle  tantas  veces, pero nunca  sabía cómo hacer  salir esas  palabras  de  su  boca,  aun  cuando  ellas estaban  siempre ardiendo en sus  entrañas y casi listas para explotar a través del nudo en su garganta

¡Maricón, maricón y remaricón!

    Era finalmente  el maldito mantra  que  rebotaba  en su cerebro y se enquistaba en su  corazón como la  rabia, el dolor, el hambre y la sed desesperante que sentía por ella

    La veía venir con  su  rostro encendido, sus ojos luminosos, esa boca de labios divinos y espurios que maldecían al amor, y su corazón se llenaba de resplandor y renovadas esperanzas.

    Le hacía el amor con ganas de hacerla gozar de mil orgasmos, como si quisiera atraparla para siempre en un momento mágico y ardiente, único y feroz. Ansiaba que el tiempo se detuviera  en ese instante de exaltación y nervios cuando ella se giraba para acostarse boca abajo en la cama, se ponía la almohada bajo el vientre y le exhibía su redondo y hermoso trasero pidiéndole con voz áspera y apremiante que la hiciera gozar...y sufrir.

    Pero, él no quería. Él, solo quería encender su corazón y hacerse un nido en él, aun en contra de la rabia y el despecho que le hablaban al oído con palabras filosas y despreciables...

¡Puta, puta y reputa!

    Después, en la penumbra, y mientras ella se ponía la ropa, Pedro podía percibir la contrariedad y aspereza en el rictus de su boca y en los movimientos bruscos de sus dedos al abrochar los botones de su blusa.

    Entonces, se daba cuenta que, una vez más, había vuelto a perderla.

 

 

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