Dentro de las cosas que tendrá que hacer para alcanzar las inhóspitas, áridas y tormentosas tierras marcianas -si es que el “avión” no se jode en el trayecto- será la de echar mano a todos los ahorros posibles (propios y ajenos), juntar un cerro de plata y firmar un maldito cheque al día por la friolera de US$ 500.000, y sólo para pagarse el pasaje. Como el proyecto es más inestable que abrir una tienda de bikinis en Afganistán, olvídese de los cheques a fecha o los codeudores solidarios. Aquí, todo es cash.
Si tiene la loca idea que entablará relaciones con algún marciano o tendrá posibilidades de encamarse con una habitante roja de color verde, pues le informo que mejor se olvide de tales exaltaciones. Según nos señalan los científicos más acreditados, en Marte hay menos vida que en las proyecciones del Banco Central de Venezuela. De hecho, se desconoce aún si existe alguna forma de vida en el subsuelo, debajo de los casquetes de hielo que han detectado las exploraciones del robot “Curiosity” que aterrizó en Marte en el 2012. La aventura que el proyecto ofrece a los viajeros es de un nivel extremo absoluto y tiene de todo menos sentido turístico o algo remotamente parecido a un viaje de placer.
Para empezar, se tendrá que acostumbrar a beber de su propia orina porque en Marte no hay agua disponible. Y si el plato del día es un puré con forma de rollito y con un crespón al tope, pues tendrá que comérselo sin hacer preguntas porque en este viaje a lo desconocido todo lo que va adentro suyo (de su cuerpo) es reciclable y comestible.
El ambiente de la atmósfera de Marte no da para pensar en tirarse en alguna playa a tomar el sol, porque, para empezar, no hay playas, y la temperatura promedio en días “soleados” alcanza para coleccionar cubitos de hielo de orina reciclable, con una media de 55° bajo cero. Y luego, está ese asunto del aire: Nuestros pulmones, en la Tierra, aspiran una mezcla de nitrógeno y oxígeno (principalmente). Pues, en Marte el aire es menos respirable que en una pelea entre Maduro y Miley, porque está compuesto por un 95% de dióxido de carbono, un 2.7% de nitrógeno y apenas un 0.13% de oxígeno. O sea, tendrá que disfrutar la vida encerrado en un domo con aire artificial y todos sus paseos al “aire libre” los tendrá que hacer vestido de astronauta. Y ni se le ocurra pensar en calenturas espontáneas con alguna científica rusa entre las dunas de Marte porque pasará a modo cadáver apenas se baje la cremallera.
Lo otro que seguramente le hará pasar rabias y le llenará los ojos de tierra marciana, son las benditas tormentas de viento que asolan el ambiente del planeta y que alcanzan los 400 km/h. O sea, lo suficiente como para despeinarlo para siempre. Gracias a estas tormentas, en la atmósfera marciana hay más concentración de polvo que en una fiesta de esas que organiza el Penthouse.
La parte más interesante de este viaje a la conquista y la colonización de Marte es el abanico de posibilidades de negocios que se abren para los gestores económicos que, de seguro, llegarán en tropel pensando en temas como la minería, oro, diamantes u otras piedras preciosas factibles de llevar a la Tierra. También, habrá un gran número de científicos que estarán en la gloria explorando los elementos y componentes del planeta en la búsqueda de vida o de otras vidas del pasado. Demás está decir que habrá grandes desafíos para construir la infraestructura que albergará la existencia de los colonos. Asimismo, se hará necesario crear atmósferas y fórmulas que permitan cultivar la tierra y ciertos sectores del medio ambiente marciano tendrán que pasar por un proceso de “terrificación” como forma de conquista del planeta para la vida humana.
Así que, ya está advertido e informado: para cubrir el largo viaje de unos 7 meses a través de los 56 millones de kilómetros (que es la menor distancia posible que nos separa del planeta rojo) y hacerse de una parcelita en alguna parte de los 145 millones de km2 de su superficie, tendrá que estar en perfectas condiciones físicas, además de exhibir un cerebro y una inteligencia emocional a prueba de cualquier cosa. Esta aventura es peor que un reality maldito encerrado en el baño con 5 asesinos en serie.
Una vez que la cuenta regresiva llegue a 0 ya no hay vuelta atrás de ninguna manera y el interminable camino hasta Marte (que también incluye el riesgo de algún “octavo pasajero”) no se detendrá sino hasta cuando la nave se haya posado sobre la fina capa de polvo que cubre gran parte del planeta.
De las muchas formas que hay para pasar desde el aquí al “más allá”, este viaje promete inconcebibles emociones y muchísimo mastique mental frente a la amenaza de un horizonte oscuro e insondable, un abismo infinito parecido al que algunos se dirigen diariamente en sus vidas, pero con la íntima convicción de que una aventura como ésta, sometida al espanto de lo desconocido, es muchísimo mejor que continuar batallando en sus bobas y aburridas vidas de terrícolas consumidos por el Tag, el consumismo y la autodestrucción.
El hombre, sigue siendo el conquistador implacable y el Universo se expande frente a él como la evidente extensión de sus dominios.
...Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje...
(Sabina)
