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La Mujer de "Blade Runner"

       

      
    Mientras las sociedades humanas desarrolladas (¿desarrolladas?) avanzan en el futurismo presente de lo cibernético, la nanotecnología, la inteligencia artificial, la biología sintética y otras técnicas bizarras altamente inconsecuentes y casi antagónicas al prototipo original del ser humano, en el planeta fashion del modelaje nos hemos ido llenando de figuras surrealistas, de modelos que parecen maniquíes de porcelana de dos metros, algunas, con menos curvas que una regla T, y otras, con un aspecto de extraterrestres humanas que caminan por las pasarelas como si les picara el trasero.

     
 Son unas especímenes raras que no se hallan en los restaurantes, ni en los bares, ni en las concentraciones de mujeres que pelean por sus derechos, ni en ningún club donde se reúnan señoras que tienen las tetas llenas de leche para alimentar bebés gordos y chillones que ensucian los pañales.

      Los encargados de la creación de la moda y las nuevas tendencias, esos
 tipos-tipas que visten y se muestran en un tono entre la antimateria y lo estrafalario (como para dejar muy en claro que ellos son absolutamente diferentes y que no forman parte de la masa uniforme) nos abren a las imágenes de un mundo futurista que se expresa como hastiado de sí mismo y que no sonríe nunca, porque la sonrisa parece ser una forma estúpida de andar por la vida exponiendo peligrosamente lo que lleva uno por dentro.

      Lo dicho: las muñecas de pasarela, no sonríen nunca. Siempre modelan caminando de prisa y en su mirada hay un vacío indiferente, casi un desprecio, como si en vez de mostrar la ropa que cargan, estuvieran representando a un prototipo de mujer, un híbrido insensible y arrogante que no se conecta con nosotros, los típicos idiotas comunes y corrientes de todas partes.

     
 Una de mis películas de ciencia ficción favoritas, "Blade Runner" (la 1), nos entrega la visión de un futuro oscuro, sucio y hasta maloliente, en donde la única chica que parece tener corazón es la cyber que fue construida para brindar placer a los humanos. Y como fue hecha para dar gozo, es también la única de esta película que es capaz de evolucionar hacia el amor a través de una sensualidad conmovedora, tan o más plena, profunda y genuina, que la que nos podría regalar la más sensible, hermosa y deliciosa mujer de carne y hueso.

    Ella, encarna a la mujer soñada, aquella que carece del ego que la haría - como a cualquier mujer hermosa de carne y hueso - mirarse a los espejos para echar a perder esa esencia inmaculada, luminosa y dulce que esta máquina preciosa tiene en su corazón, el corazón de la mujer que se entrega porque amar es la energía vital de su naturaleza, el aliento que la hace respirar, la llama que le enciende las mejillas con el rubor exquisito de lo auténtico.

     
 Casi todo lo que vemos publicado sobre los tiempos que vienen en los próximos 100 años, no muestra señales del sol ni de un cielo abierto a las estrellas, ni de niños jugando entre prados verdes llenos de flores. Lo que se vislumbra es un mundo en penumbras, de colores ocres y cenizos, con el ulular de las sirenas resonando por las calles sucias y llenas de desperdicios…
(¿Será que habré visto las mismas películas demasiadas veces?)

      El consciente colectivo del ingenio creador de los que escriben libros, guiones o hacen cine y televisión, trae las imágenes de una peste por venir que hará de los hombres unos seres muertos-vivos que caminan como idiotas, gruñen igual que una hiena con carraspera y que se abalanzan sobre los otros humanos sanos para comérselos a dentelladas, aún peor que animales hambrientos. No hay nada de edificante ni multicolor en el cuadro del mundo que se nos avecina.

     La intuición, que es una de nuestras vías de conexión más eficientes con nosotros mismos, con lo que nos rodea y también con lo que vendrá, nos dice que todo lo que se repite de manera constante en la imaginación propia y ajena, son las imágenes de un futuro próximo (y no tan lejano) que ya viene viajando desde el ADN de la naturaleza misma, la  cósmica, la nuestra.



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