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Fábulas Callejeras: La Prensa, la Política y el Fútbol




    En Chile, la prensa es generalmente, escandalosa, exagerada, amarillista, inexacta, inescrupulosa y hasta iletrada. Más que informar, tiene como objetivo fundamental vender.
La prensa, ofrece y promueve –además de algunos visos de cierta realidad- escándalos, copuchas, murmullos, chimuchina, cahuines y supuestos. Ni se inmuta para publicar cualquier cosa que, a unas cuantas horas, ya es otra, y que al día siguiente puede ser hasta todo lo contrario.

    Vivimos inmersos en una sociedad consumista donde existe una maquinaria publicitaria monstruosa e impúdica que no tiene moral ninguna a la hora de representarnos las maravillas de un X producto sin importar en lo más mínimo que tales cualidades ni siquiera sean ciertas. Lo verdaderamente importante NO es defender el nivel del consumo sino extender el consumo a como dé lugar y de la forma que sea.

    Coca Cola, por ejemplo, se gasta en el mundo decenas de millones de dólares en publicidad para convencernos que es “La Chispa de la Vida”, cuando todos sabemos que es un brebaje de porquería que no sirve para otra cosa que para darnos la ilusión de quitarnos la sed o la de integrarnos a un paquete gringo en tono paraíso donde hay jolgorio y chicas deliciosas que comparten con uno mientras bebemos con fascinación el mismo brebaje que también sirve para destapar el inodoro o para quitarle el óxido a un clavo del seis.
¿Somos tan weones los seres humanos consumistas?

    Gracias a la prensa, sabemos todo lo que pasa, aunque aquello que “pasa” no es necesariamente lo que en verdad ocurre. Es decir, no sabemos casi nada de la realidad porque el “virtualismo” ya es parte integral del juego de las noticias y de la vida misma a través de las redes sociales, del whatsapp o de los anuncios publicitarios en cualquier medio.
                                                                                                
    Por alguna razón que me resulta inexplicable, la prensa tiene especial predilección por la política. En una sociedad que mayoritariamente está cada vez más lejos de la parafernalia, el doble estándar y el discurso del que hacen gala los políticos, no se entiende bien que la prensa le dé cabida con tanto esmero y dedicación a ese palabrerío decadente que no es otra cosa que un discurso repetido millones de veces y cuyo propósito de fondo es hablar maravillas de sí mismo (y de su conglomerado) culpando a todos los otros o a cualquiera de ellos, de todos los males que nos aquejan.  Un juego cansino, fome y predecible. Como un partido de fútbol malísimo, pero que el relator se afana en transformar en un gran encuentro a través exagerar y ponerle color a las acciones de un juego intrascendente en el que la pelota va y viene, sube y baja, pero nunca llega a las porterías, porque a esas alturas ya todos sabemos que se está cocinando un 0-0. 


En el fútbol como en la política -aunque con nombres diferentes- está “técnicamente” permitido el engaño, el fingimiento, la zancadilla, el “foul” táctico y un sinfín de otras triquiñuelas que, en la calle –donde circulamos los comunes y corrientes- serían suficientes para  pasar por  sucios, tramposos y hasta por delincuentes.

    Lamentablemente, la política es un mal necesario e imprescindible. Su maldita utilidad fundamental está centrada -según indica el manual- en “el ejercicio de las estructuras del poder, con el propósito de resolver, equilibrar o minimizar el choque de intereses que se producen dentro de una sociedad”.
(¡Jajaja, linda verborrea!)

Lo que contamina y corrompe los fundamentos de este ejercicio, es la cantidad de ego, avaricia y tentaciones corruptas que se despiertan casi naturalmente en las esferas del poder.
    La especulación no tiene límites en el juego de informar como tampoco en el fútbol y mucho menos en la política donde el objetivo del YO y el de aportillarse unos a otros es muchísimo más importante que resolver los verdaderos problemas que atañen al país y a la vida ciudadana.

    Entre senadores y diputados se dicen porquerías que en la calle alcanzarían para provocar palizas fenomenales, pero que en política no son más que bazofias que se practican en comité, NO para insultar al contrincante (acuérdese que luego, sin cámaras, se van en puros abrazos) sino apenas para impresionar a los babosos del voto, y no solo para que éstos voten por el que insulta más bonito sino también para que NO voten por el insultado que no supo sacarse el pillo.
¡Está de cajón!, dirá usted. Sí, claro. Pero, ¿No le parece penca el procedimiento?

En fin, ¿Para qué me meto en weás?, decía un amigo mío al que le encantaba desmenuzar la caca con un palito.






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