"Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes"
Lo primero que hay que decir es que no se siente bien llegar a la tercera edad creyéndose importante, tomándose muy, pero muy en serio y/o andarse pavoneando con la tonta ilusión de que uno sabe más que la cresta y que una buena parte de los demás son ignorantes.
La gente grande que se vuelve grave porque tiene un ego muy serio e intransigente, va a sufrir las consecuencias porque nada de esa seriedad e intransigencia va a resultar necesaria ni útil para hacer que el sistema inmune se refresque, refuerce y autoregenere lo suficiente como para minimizar los efectos de una vida en un ambiente cada vez más violento y contaminado y en el que casi todos nuestros alimentos envasados son cosas llenas de letreros negros de advertencia.
Las personas que reniegan del payaso que cargan dentro y aspiran a encontrar la felicidad desde la perspectiva irrestricta del pensamiento adusto, irreprochable, severo y riguroso, chocarán de frente con una realidad humana muy diferente que, por naturaleza aimara-mapuche-española-etc., se pone en modo webeo incluso cuando el fin del mundo se nos viene encima.
A la gente que no le gusta la risa porque piensa que el webeo conduce al desorden, habría que explicarle que han sido los grandes serios de la historia quienes han construido el mundo de mierda que hoy nos tiene acorralados en nuestras casas con una peste humana de gente sucia, ordinaria y violenta rondando afuera en las calles, los patios o en los pasillos.
Aquellas mentes severas, formales, graves y urgidas han sido las de los hombres al mando ansiosos por conquistar el mundo por la vía de declarar enemigos a diestra y siniestra y siempre dispuestos a matar a millones en nombre de la patria (o de la libertad o del honor o de otro bullshit de igual especie) mientras los tontos útiles y los más tarados de la tierra los vitorean y aplauden a rabiar...
(“No llores por mí Argentina”).
Esos reyes, presidentes, dictadores, generales y una vasta especie de H'sdP, nunca se rieron de su propia estupidez, nunca se cagaron de la risa del imbécil que llevaban dentro, como tampoco nunca sintieron rubor ni vergüenza de sí mismos por los niños-compatriotas que enviaron al sacrificio.
En mi mente se asoma la figura del cuervo negro parado en la rama. Es la imagen de la avaricia. En ella puedo sentir que esta sociedad de mercado importada que nos han replicado nuestros políticos criollos a partir de Friedman y los Chicago Boys izando la bandera del Libre Mercado adjunto a la Democracia y el Capitalismo como las panaceas del mundo feliz (y con las AFP como los baluartes de la jubilación en la felicidad, el descanso, el ocio y el buen pasar), nos ha arrinconado en un mundo precario a punto de volverse invivible porque la naturaleza que nos sostiene ya no es capaz de seguirse regenerando. El veneno de la industria, esos maquinismos de la codicia que le han incrustado en el alma, supera el accionar de todos sus antídotos y de todas sus metamorfosis de adaptación y evolución hasta el punto de hacerle perder el ritmo cíclico que la sostiene.
“Todo se derrumbó...” (dice la canción)
La gente tonta y seria del planeta sigue eligiendo weones inútiles para el cargo. Me acuerdo de Bolsonaro cuando dijo a quien quisiera oirle que lo del Covid-19 era una histeria colectiva y que lo que producía no era más que un “resfriadinho”.
El gobernador del estado de Puebla en México, aseguraba que los pobres eran “inmunes” al virus. Y como una parte importante de los cuates que se agarraron el covid-19 andaban de paseo en USA o Europa, este energúmeno afirmaba que la peste era propiedad de los ricos...
Los más graves y serios de este planeta están siempre atentos a los maquiavelismos que conducen al poder y la riqueza. Einstein, tenía mucho sentido del humor y su frase “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la Estupidez Humana. Y del Universo no estoy seguro”, nos entrega una obra de arte del sarcasmo y la ironía que nos da a entender que las posibilidades de acabar con el mundo son cada vez más óptimas, serias y concretas.
¿Cómo evitamos la catástrofe?
Lo primero, es reírse de uno mismo, y tras cartón, aplicar la ley de la autodefinición vía autocontemplación. Es decir, hay que encerrarse en el baño, pararse frente al espejo y observarse muy, pero muy detenidamente. Básicamente, hay que despellejarse. Poner el modo más fino de la capacidad ocular al servicio del detalle y centrarse en analizar, por ejemplo, la frente.
En mi caso personal, puedo ver que la distancia entre mi pelo y mis cejas es de ¡5 centímetros! (¡csm!)... No es mucho (pienso)... Aunque, se puede notar que tengo una curvatura en el hueso frontal que lo hace ver bastante prominente... Eso, es bueno, porque claramente es un indicativo de inteligencia...
No lo digo yo (aclaro). Lo dicen las estadísticas mundiales (¿Ok?)
Lo otro que me favorece es que tengo mucho pelo. Einstein, como ven, tenía una chasca impresionante. Da Vinci, también era pelucón. Platón, tenía unos rizos increíbles. Ghandi...al pobre lo mataron...
Tengo cejas prominentes (¡Ahá!)... Un indicativo de que tengo una personalidad fuerte, agresiva y que puedo intimidar a otros con el puro movimiento o curvatura de mi entrecejo. (¡Guau, eso está bueno!)
Respecto de mi nariz, es bastante recta y termina en unas fosas nasales armónicamente separadas entre sí. Tengo lo que se llama “nariz griega”. Un modelo sumamente apetecido entre las personas que quieren hacerse una cirugía nasal o rinoplastía. Solo como un alcance informativo, debo señalar que los dioses griegos tenían este tipo de nariz. También ¡vaya coincidencia! la tienen Brad Pitt, Leonardo Di Caprio, Tom Cruise y otros más de mi mismo tipo.
Con el resto de la anatomía no es bueno seguir porque uno se puede topar con algunas estupideces que estos científicos aseguran que son rasgos distintivos de la inteligencia. Pero, ya sabemos que un cuerpo robusto, firme y atlético no es la gran cosa y que Schwarzenegger nunca ha sido muy brillante que digamos. Rambo, ¡por favor! De hecho, se dice que todos aquellos que cultivan el cuerpo o son pretensiosos o tienen algo muy pequeño.
Mejor, nos saltaremos la parte tonta de los músculos y ahondaremos nuestra concentración en aquellos otros rasgos propios de la inteligencia y la sabiduría. Pero, en otro capítulo.
