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El Peligro de los Cabeza Hueca que Disparan al Bulto

 


                                    


     La dificultad de tomarse demasiado en serio radica en que hay un ego exacerbado que siempre está presente en las emociones y los pensamientos y, por consecuencia, en la actitud y las palabras que salen de la boca. He luchado toda mi vida por abandonar al farsante que llevo dentro, aquel tonto sometido a la exaltación pretenciosa que quiere pavonear sobre sí mismo algo que no es o que no tiene. 

     Hoy en día, vivimos insertos en un planeta impostor y mercantil que no se inmuta en lo más mínimo ante la irrelevancia de la verdad o la tergiversación de la realidad.
Así, por ejemplo, las etiquetas de algunos productos enlatados o en cajas que consumimos cotidianamente como alimentos, traen impresas una verborrea publicitaria que se parece a la cháchara de un vendedor de autos usados, y que entre los ingredientes señalados en ellas se incluyen unos caracteres químicos que son como un listado de una fórmula para fabricar explosivos o algún tipo de veneno para matar cucarachas. 
Entonces, los burócratas encargados de "velar por la salud ciudadana", en vez de transformar toda esta chatarra en comidad saludable, han tomado la decisión del camino fácil, ese que evita los conflictos con aquellos del poder fáctico, potentados cargantes en lo más alto de la escala de las influencias económicas y políticas y, al mismo tiempo, con los propios consumidores, esos animales humanos impacientes por comer basura barata y de rápida preparación.

¿La solución? Ponerles letreros de advertencia a los alimentos de porquería: 
Alto en CaloríasAlto en Grasas SaturadasAlto en Azúcares. Alto en Sodio

Y listo. Se acabó el problema. "¡Ahora no digan que no les advertimos!"

     Todos compramos estos alimentos y los comemos sin saber a ciencia cierta qué es lo que tragamos. Estamos entregados a la creencia ingenua que todo está bien porque las burocráticas autoridades sanitarias nos indican que ellos hacen su trabajo y que “tienen muy clara la inocuidad” de los estrafalarios nombres químicos impresos en las etiquetas. Pero, como básicamente no sabemos nada de los aparatos mecánicos y electrónicos que usamos, y tampoco de los alimentos envasados que nos llevamos a la boca, paulatinamente hemos ido perdiendo la conexión de nuestros sentidos con todo lo que nos rodea y, especialmente, con la naturaleza de las cosas. De hecho, muchos niños de las metrópolis de hierro y cemento no sienten ni vislumbran a un pollo como un animal vivo que sale de un huevo que ha puesto una gallina, sino como parte de un paquete tipo sachet que se compra entero o por presas en un supermercado.

      Esto, no tiene demasiado de alarmante. Es apenas otro más de esos pasos acelerados por la acción del hombre en el camino de su propia evolución en la era tecnológica, en medio de una carrera de masificación de servicios a través de la modificación genética, la inteligencia artificial, la nanotecnología, etc, y en pos de también satisfacer las demandas alimentarias de la gente y del planeta entero, especialmente, en donde haya poder adquisitivo. 
Sin embargo, la intuición, las evidencias, el cambio climático, las conclusiones alarmantes de una mayoría de los científicos y los números que corroboran estas señales negativas -todo al unísono- nos indican que el planeta en general -y bajo la batuta de estos súper imperios políticos y económicos que dictan de lo que se hace y de lo que no- no va por buen camino.

      Cuando uno observa lo que sucede en Estados Unidos con los triunfos políticos de un personaje de la extravagancia bufonesca de Donald Trump, es posible predecir que la fuerza vital, la energía de la inteligencia ciudadana, anda dando de botes en algún vacío insondable, tal como la bolita aquella en una cabeza hueca. 
La gente tiene hoy necesidades que nacen del consumismo, la incertidumbre y el desasosiego. No hay confianza en las fuerzas políticas ni en el Estado ni en la Cia ni en el FBI ni tampoco en los personajes públicos a cargo del gobierno y aún menos en su máximo representante. 
La gente en Estados Unidos está cansada de lo mismo con lo mismo y está prefiriendo, peligrosamente, verse reflejada en un candidato anti-clásico -un deslenguado transgresor y millonario, hecho a sí mismo- que en un político típico de escuela.

      El mundo actual, corre el peligro que un tipo de la laya de Trump se vuelva a hacer con el poder y acreciente e intensifique las rivalidades y odiosidades de una exacerbada parte del planeta en guerra permanente contra los Estados Unidos. Al igual que su discurso arrogante y pendenciero, pueda servir más para reactivar los planes maquiavélicos de las falanges violentas del islamismo incrustadas subrepticiamente dentro del territorio estadounidense, como también repartidas en muchas capitales del mundo.

      La mentalidad de Trump se adjunta a la de aquellos perfectos oportunistas sin escrúpulos que tienen un plan rompedor de moldes para impresionar a los impresionables hastiados de las promesas de siempre y ansiosos de cambios y nuevas promesas (sin importar mucho si parecen delirios). Lo de Trump es como el idiotismo que se nos revela acerca del “idealista” aquél (llámese sociópata o terrorista), Salah Abdeslam, perpetrador del ataque en Paris del 2015. 
Su abogado, lo describió con todas sus letras: “Es un pequeño idiota de Molenbeek (Bruselas) involucrado en delitos menores; es más un seguidor que un líder. Tiene la inteligencia de un cenicero vacío. Es el ejemplo perfecto de la generación del “Grand Theft Auto” que cree vivir en un videojuego. Cuando le pregunté si había leído el Corán, me dijo que había leído algunas interpretaciones en Internet”. 

      O sea, todo aquello de ¡Alá es Grande! que se utiliza para matar a discreción y a personas indefensas justo en el momento de apretar el botón de los explosivos o descargarles impúdicamente ráfagas de metralleta, no es más que una frase de campaña, un grito de guerra, una bazofia que tiene la conexión con algún dios como la de un martillo con la cabeza de un clavo. 




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