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"El Sexólogo Burlón"

  




   Don Evaristo González, era un hombre típico, un espécimen común y corriente tanto en lo físico como en lo intelectual. Tampoco era ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni lindo ni feo. Su aspecto general podía ser, casi, el de cualquier ciudadano de clase media que anduviera por las calles de la urbe. Lo que definitivamente lo diferenciaba de otros individuos de su especie, era que, a sus 60 años, cargaba encima la dolorosa realidad de ser el triste portador de un pene flácido. Algo que sólo se podía explicar como el resultado de alguna desgraciada enfermedad (quizás, biológica o quizás, psicosomática) que no había logrado superar ni con la ayuda de varios especialistas médicos a los que, finalmente, y después de gastarse una fortuna en honorarios, exámenes, pruebas de laboratorio y un sinfín de píldoras y ungüentos, había calificado como “una manga de incompetentes hijos de la gran puta”.

                                                                                                                                                                    El médico, un reconocido sexólogo de gran reputación, lo miró por encima de sus anteojos.

Déjeme explicarle, señor González… Mire usted, REM, significa, en inglés, Rapid Eye Movement. O sea, Movimiento Rápido del Ojo, y es la denominación de un estado del sueño profundo en el que nos ocurren cosas extraordinarias, como por ejemplo, repetidas erecciones que pueden extenderse por más de dos horas durante la noche…

Don Evaristo, un poco a la defensiva debido a sus malas experiencias médicas anteriores, creyó notar un tono casi chancero en la voz del médico, pero se mostró inmutable

  De hecho – continuó el doctor después de un par de carraspeos - podemos despertar y descubrir que tenemos a nuestro inseparable amigo y compañero de toda la vida en posición firme y con su ciclopédica mirada fija en el techo… Jajaja

El doctor golpeó la mesa con su mano para acompañar la risa, mientras que Don Evaristo, aparentemente en calma, no movió ni una ceja

  Una dureza – prosiguió el facultativo con otro par de carraspeos - que a una persona con 60 años encima le puede producir tanta sorpresa como satisfacción, y quizás, una corta evocación de aquellos tiempos de gloria y placeres descocados, pero que, lamentablemente, y tras unos pocos segundos, se transforma en una realidad bastante menos delirante y fantasiosa... y que tiene que ver con la urgente necesidad de hacer pipí… Jajaja

Don Evaristo, continuaba impertérrito, aunque, el sexólogo creyó ver en la mirada del paciente un atisbo, quizás de molestia o quizás de desaprobación.

El Dr. Leonidas Seibt, era un psiquiatra-sexólogo de larga trayectoria y autor de varios libros técnicos sobre la especialidad, amén de un orador frecuente en los congresos y los más importantes seminarios médicos de sexología. Sin embargo, esa mañana vivió el extraño episodio de haberse tomado sus pastillas como siempre, pero con la sensación de que las píldoras Solanezumab  para el tratamiento de su incipiente Alzheimer, le habían producido algo muy raro en su cabeza: Le estaba costando un mundo contener sus ganas de carcajearse. Hizo su mejor esfuerzo por tomar el control de sus ideas y emociones.

  Lo interesante de estos arrebatos del Sr. Pene - continuó - es que tienen directa relación con algunos aspectos de nuestra salud general, tanto en lo físico como en lo psicológico. Los estudios apuntan a que si usted tiene estas fases de erecciones durante el sueño, pero a la vez sufre de flácidas o blandas performances en sus relaciones sexuales, lo más probable es que la causa tenga que ver con un tema psicológico…

Don Evaristo, creyó vislumbrar una expresión burlona en la sonrisilla del médico

  Pero, si el padre de sus hijos – dijo el facultativo con los ojos chispeantes - reposa tan plácidamente, como quizás usted duerme, y se lo pasa roncando a pierna suelta, lo más presumible sería que sus líos de cama tengan que ver con temas físicos y la necesidad impostergable de correr a la farmacia por pastillas azules o cualquier otra proteína de urgencia como el Endurol 500… Jajaja

Una corriente eléctrica, parecida a una contracción, se instaló repentinamente en la boca del estómago de Don Evaristo.

En ese instante, el sexólogo hacía su más encarnizado esfuerzo por evitar sus aportes chistosos al diagnóstico. Algo que, según pasaban los minutos, le era cada vez más difícil de conseguir. Lo invadía una loca energía que lo hacía sentir a sus anchas con aquellos detalles pintorescos de su oratoria.

Sin prestar demasiada atención a las señales que emergían del rostro contraído de Don Evaristo, el doctor continuó con la exposición…

  Para investigar las posibles causas que amenazan la salud de algunos penes dormilones, existe un aparatito muy tecnologizado, conocido como Regiscan. La máquina se conecta a Mr. Bean a través de un par de sensores, los que registran toda la actividad que le ocurre durante el sueño y, obviamente, acusa cualquier atisbo de ardores corporales, durezas repentinas o músculos fofos…

Alzó las cejas, junto con clavar una mirada, entre irónica y traviesa, en su interlocutor…

  El examen – continuó - se realiza durante 3 noches seguidas y, posteriormente, la máquina emite un informe que puede ser dolorosamente lapidario, con una reseña siniestra que explica y denuncia todas las causas de cualquier flojedad eréctil, a la vez que entrega un gráfico que trae impresa una humillante curva descendente que se inclina burlonamente hacia el suelo… Jajaja

En ese instante, Don Evaristo estaba sintiendo un fuerte ardor en el estómago, a la vez que una cólera espesa y oscura lo empezaba a invadir por completo…

El especialista, hizo caso omiso a la cara descompuesta de su interlocutor, y continuó…

  Claro que, también, está la posibilidad cierta de que este test nos entregue un resultado extraordinario, con números soberbios y gallardos que alcancen como para candidatearse a Mr. Hard, llevarse el gráfico para la casa y dejarlo en la mesa del tocador como para disfrutar la cara de asombro, orgullo y satisfacción de la dueña de casa... Jajaja

Y antes que Don Evaristo alcanzara a reaccionar con cualquier gesto que delatara su avanzado estado de indignación, el sexólogo continuó su charla como si nada

Para el caso de los flácidos y flexibles – dijo sonriendo socarronamente - por culpa de una mente escabrosa, existe hoy un número importante de tratamientos capaces de inhibir la injerencia del lado sensible y oscuro de la materia gris en los procesos del flujo sanguíneo que conducen a la firmeza. La famosa píldora de color azul, es una de las tantas soluciones que abarrotan las ofertas del mercado, y no es necesariamente la más eficiente. A los descubrimientos científicos más recientes de la industria farmacéutica también se suman aquellos que conforman la memoria ancestral de la medicina natural… A saber, toda la gama de brotes, hojas, flores y raíces que nos llegan desde lugares exóticos y que pregonan erecciones como tungsteno en edades y condiciones físicas imposibles, incluso en aquellas en las que mantenerse despierto es ya una tarea difícil… Jajaja

El médico nuevamente dio un manotazo sobre la mesa para acompañar su carcajada.

A esas alturas, a Don Evaristo, junto con el nudo estomacal, le empezó a aflorar un color ceniciento en el rostro mientras que un nervioso temblor en el párpado de su ojo izquierdo se hacía cada vez más intenso.

  Por otra parte – prosiguió el doctor con sus pupilas dilatadas al máximo - las otras señales que delatan posibles enfermedades y que están directamente relacionadas con Mr. Dick, son, por ejemplo, el color de la orina... Así, un chorrito en tono rosado, que no se relaciona para nada con sus tendencias sexuales… Jajaja… ni con las ansias repentinas por salir del ropero… Jajaja… tiene que ver con asuntos propios de la próstata, la vejiga o el riñón…

El doctor, tomó el vaso de agua y se zampó un buen trago, al tiempo que de sus ojos brotaban lágrimas de risa…

Don Evaristo, trémulo, palpitante, casi convulso, permaneció en absoluto silencio, aunque en su mirada había algo parecido a un brillo amenazador

  Lo otro que revela el informe – agregó el especialista entre hipidos de risa - dice relación a una falta de sensibilidad en el órgano masculino, algo que tampoco tiene que ver con que su propietario sea un tipo frío y calculador… Jajaja… sino que se trata de una falencia en la alimentación suya, de usted (lo apuntó con el dedo) que provoca que no haya una buena comunicación entre las fibras nerviosas de su cabeza, la de él (apuntó a la entrepierna de Don Evaristo) y su cerebro, el suyo, que técnicamente es de usted, pero que, prácticamente, es de él (apuntó primero a la cabeza de su ya enardecido paciente y luego a su entrepierna)… ¡Jajaja!

En el bolsillo de su chaqueta, los dedos de la mano derecha de Don Evaristo se crisparon en la culata de su Smith&Wesson, calibre 22. El frío contacto del metal fue como si de pronto hubiese hallado un equilibrio a sus exaltadas emociones. Se sintió fuerte, seguro, dueño de sí mismo y… con deseos de matar.

El médico, presintió algo extraño cuando le miró a los ojos. Sin embargo, su cerebro estaba disfrutando de su excitación hilarante y de sus propias palabras, así que no prestó demasiada atención al cambio de semblante de su interlocutor…

  También – continuó el sexólogo con una amplia sonrisa que no parecía venir al caso por ninguna parte - entre los 50 y 60 años de edad, puede ocurrir aquello de una repentina curvatura o doblamiento del miembro. Algo que se conoce como la enfermedad de Peyronie, la que produce horrores y sufrimientos psicológicos en quienes la padecen porque, por lo general, los afectados, contemplando lo que asemeja a un sobre-madurado plátano caribeño… Jajaja… imaginan que sus días de revolcones y gemidos han llegado a su fin… ¡Pero, no, señor! – en su rostro encendido había una mueca triunfal y unos ojos abiertos como listos para saltar de sus órbitas -… ¡Tal cosa no es para nada cierta! Con su chiquitín en estado curvatorio usted puede enloquecer perfectamente a las damiselas o… a quien sea…Jajaja… porque la lógica nos dice que la mayoría de nuestras o nuestros compinches sexuales no tienen la costumbre de intercambios ardientes y sensuales con tan original instrumento ni en tales novedosas direcciones… ¡Jajaja!…

En ese instante, el cerebro en ebullición de Don Evaristo, le dio la orden al brazo para que hiciera que los dedos de su mano agarraran la Smith&Wesson, la sacaran del bolsillo y la guiaran hasta que el cañón apuntara directamente al pecho del “¡hijoeputa médico de porquería!” y le desencajara al menos un par de plomazos para que “¡el cabrón se callara de una puta vez!”.

Sin embargo, ni el brazo ni la mano ni los dedos hicieron lo que la mente exigía. En la última décima de segundo, la neurona que lo decide todo, le puso freno al movimiento.

El Dr. Seibt, estaba pálido. En su frente asomaban gotas de sudor mientras que sus pupilas dilatadas al máximo daban señales de un estado catatónico próximo al colapso. Aspiró y espiró profunda y pausadamente, varias veces. Le pareció que el corazón agarraba su ritmo normal y que las palpitaciones en sus sienes ya no rebotaban con tanta fuerza al interior de su cabeza.

Don Evaristo, lo observaba con un detenimiento escalofriante.

Cuando sus ojos se encontraron, la expresión en el rostro de Don Evaristo casi le produce un ataque cardíaco, pero de risa. Tuvo que hacer un esfuerzo supremo por controlarse. Se excusó y se fue raudo al baño donde dio rienda suelta a sus carcajadas tapándose la boca con la toalla. Quedó exhausto de tanto reírse…

  ¿¡Qué mierda me pasa!? ¡Pastillas cabronas!

Recordó entonces el momento justo cuando se llevaba la pastilla a la boca y descubrió que tenía otro

 color. Se vio a sí mismo sosteniendo al farmacéutico por la solapa, acusándolo de ¡Animal e

 incompetente! ¿Quién lo autorizó a cambiar mis pastillas sin avisarme?                                                                                                       

 Se dijo que le entablaría una demanda millonaria

 Después de lavarse la cara y hasta meter su cabeza bajo el chorro de agua fría, regresó a su escritorio y casi le da otro ataque de risa ante la cara de pregunta de Don Evaristo.

Tuvo que respirar profundamente varias veces antes de hablar, pero la energía jaranera que lo dominaba volvió a hacer de las suyas

  … De ahora en adelante, señor González - exclamó conteniendo a duras penas sus ganas de carcajearse - será mejor que le ponga más ojo al niño mimado de sus fantasías y le dedique un tiempo más que prudente para observar las señales que revelan su estado de salud y robustez. En verdad le digo que si su despertar le sorprende con una erección de piedra y 30 centímetros de vigor y fortaleza  - sus ojos ardían de risa -... Y no me agradezca el detalle longitudinal… Jajaja… disfrute del momento, sonríale a la vida y siéntase mucho más que afortunado... Jajaja…

Los dedos crispados de Don Evaristo aferraron la pistola

   Y si por el contrario - continuó el doctor riendo abiertamente mientras de sus ojos brotaban chispas de histeria - usted descubre que lo suyo son puras jaleas y flanes… Jajaja… ¡no se altere ni se precipite!... Además de pastillas y menjunjes, el mercado está lleno de ofertas con adminículos estrambóticos que son capaces de reemplazar al más enclenque de aquellos bananos… ¡como el suyo!… ¡Jajaja!

De pronto, su rostro desencajado por la risa se transformó en una cara de estupor.

Después de oír las dos explosiones, el Dr. Seibt, se miró el pecho y vio cómo la sangre brotaba de dos orificios que le habían aparecido a la altura del corazón.

Cuando quiso preguntarse las razones para tener esos orificios, ya estaba muerto.

Y mientras él, o sea, su yo etéreo, se iba levitando hacia alguna parte que no le pareció el infierno, alcanzó a observar a su cuerpo terrenal tendido de boca sobre su escritorio y a Don Evaristo sosteniendo una humeante pistola que ahora apuntaba directamente a su propia cabeza…

 La tarde del día anterior

María, de rodillas en el baño del Dr. Seibt, miraba con angustia los varios envases abiertos de remedios y las decenas de pastillas esparcidas por el piso. La rabia y el temor no le permitían entender muy bien cómo diablos fue que al abrir la puerta del botiquín del médico, todo su contenido se vino al suelo.

Recogió un envase que tenía una etiqueta con la palabra “Solanezumab” impresa en ella. Miró todas las pastillas esparcidas sobre el piso y eligió meter en el envase unas que le parecieron las más Solanezumab de todas.




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