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Las Mujeres: Aquellos Extraordinarios Seres Humanos a Cargo de Procrear y Sostener la Especie

 



Habría que partir diciendo que nada de lo que aquí se diga está ajeno a la dolorosa realidad que viven muchas mujeres sometidas a la violencia física y psicológica o derechamente al asesinato por hombres patológicamente incapacitados para la convivencia entre seres humanos, sean estos civilizados o no.

Sin embargo, no es de psicópatas, criminales y asesinos, lo que me interesa relatar, sino de la otra parte de la rabia femenina que tiene que ver con su propio desarrollo como mujer, con su libertad y el desprecio del cartel que carga encima y que la pone como la señora de y asesora del hogar a cargo de la casa, pero sin sueldo ni fondo de pensión ni mucho menos  con derecho a una “jubilación millonaria” por una vida entera al servicio de todos y cada uno.

No soy científico, ni técnico ni intelectual. Apenas un tipo que escribe para reírse de sí mismo y de los demás egocéntricos que se toman muy en serio. Sin embargo, y a pesar de lo poco, también me alcanza para rendirle un homenaje a mi mujer, a mi madre, a mi hermana y, aparte, a todas aquellas muchachas divertidas que hacen de esta roca azul un buen lugar para convivir, disfrutar, reírse, conversar, brindar y revolcarse.

En casi todo el planeta - porque nunca faltan los países rabiosamente machistas - se ha celebrado el día de la mujer o de las hembras, las féminas, las chicas o de las también conocidas como las "mero-machas" (que no es igual a “marimachas”) e incluso de aquellas que aún no pierden la categoría y simplemente disfrutan de ser las encantadoras compañeras de vida que nos ha tocado en suerte tener y con las cuales hemos podido construir un hogar, crear una familia, tener hijos, disfrutar del sexo y de otras tantas batallas cuero-a-cuero no aptas para cardíacos ni para aquellos que no han vivido la experiencia o aún no se enteran que una mujer es  el complemento natural de vida de todos nosotros los que hemos nacido hombres y que -a pesar de los tiempos que corren, las igualdades exóticas, las operaciones del bajo vientre, las transformaciones, los trasplantes y otros maquiavelismos de la ciencia y la consciencia- sostenemos la estirpe sin aspavientos ni tanto desplante y seguimos encantados de ser los amantes,  novios o maridos de estas criaturas divinas, jodidas, evolucionadas, múltiples quehaceristas, maternalistas del materialismo, especialistas en la oferta y el gasto... y, simplemente, nos da por apapacharlas, quererlas, amarlas, cuidarlas... o disfrutarlas tal cual son y con sus cosas tal cual vienen.

Que muchas no sepan estacionarse, es otro asunto. Lo que no me gusta, es verlas demasiado involucradas en la aburrida metamorfosis de mujer a hombre, en la competencia, en la rabia por la igualdad "a huevo", por querer parecerse al hombre en casi todo... por enfrascarse en hablar tonteras de fútbol, por agarrarse a puñetazos en los bares, por escupir al suelo o hasta por querer dirigir algún pelotón de fusilamiento.

De que tienen derecho ¡claro que lo tienen! Pero, ¿Qué va a pasar con nosotros, nuestra psique y  nuestra perturbada emocionalidad en relación a la pareja cuando las mujeres se parezcan tanto a los hombres que nos demos cuenta que ya no nos gustan... y entonces nos empecemos a enamorar de otras “cosas”, androides, artilugios con patas, seres híbridos, ciborgs con pintas de mina deliciosa y piel sedosa de última generación y con un disco duro a modo de corazón que les haga ser amorosas, cariñosas, fraternales, solícitas, de risa fácil y tan o más ardientes que las mujeres que, aún en estos días y a pesar de las resistencias, todavía disfrutan el juego de ser las representantes del “sexo débil” (¡Ja!), y de paso, el de  hacernos sentir muy hombres y hasta el de regalarnos la ilusión de nuestra tonta condición de machos alfa?
¿En qué nos transformaremos?

Hemos cambiado la selva verdadera por una jungla de cemento. Sin embargo, la naturaleza, aquí y en todas partes, mayoritariamente sostiene sus equilibrios de convivencia porque los roles de macho y hembra se conservan inalterables, y con ello se mantiene también la solidez de la estructura de cada grupo, familia, manada, cardumen, bandada, rebaño o jauría (en el caso de los seres humanos).
 
Nuestra amiga, una mujer divertida, buena para batir la lengua, madre feliz y compañera abnegada y confiable, defiende su condición de dueña de casa, esclava de los deberes, sometida hasta las cachas en la multiplicidad de trabajos sin paga, diciéndole a quien quiera oírla que ella es feliz en tales condiciones; que ella ha elegido libremente tener su casa impecable, cocinar cosas ricas, meter la ropa sucia en la lavadora (incluidos los calzoncillos con caca), ir a dejar y a buscar a los niños al colegio (incluido hacer el rol de apoderada), hacerle su coctelito al marido cuando llega tarde del trabajo, aguantarlo cuando se le viene encima, más un larguísimo etcétera de otras obligaciones, labores, deberes, responsabilidades, compromisos, cometidos, cargos, tareas, quehaceres...(¡Todos no remunerados!).

Es que hay otras féminas que son unas guerreras fieras de la jungla de cemento y que llevan en la cartera más tarjetas que un dueño de banco, que manejan como si fueran las alfas de la calle, que firman al calce documentos del porte de una biblia, que cargan encima un perfume que no calienta a nadie, pero que te hace sentir que son dueñas de un estatus tenso, pesado y dominante. Estas minas, no te lo pasan ni de broma si no eres el escalón perfecto para subir al paraíso contante y sonante que sigue en su itinerario sin límites.
¿Será? ¿O es otro de esos mitos que inventan los hombres resentidos que no tienen gracia ni pachorra ni talento (ni menos plata) para conquistarlas?

También, están las otras mujeres, las que reniegan de su condición de hembras, que desprecian la feminidad porque la consideran una gesta del sometimiento al macho, una debilidad impropia de una persona libre, una bajeza de su condición de mujer dueña de su vida. La feminidad o femineidad -dicen- es  para las mujeres que no tienen autoestima, para las ineptas, para las débiles o, derechamente... para las putas.

La otra versión de la feminidad es la biológica, aquella que la describe como un simple mecanismo de la sobrevivencia de la especie. Todas las hembras de la fauna salvaje que necesitan a un macho en la ecuación prevista para prolongar la especie, son "femeninas" cuando se trata de atraerlos, ya sea por la vía del "perfume" o de ciertas posturas y actitudes muy propias de una "chica sexy" con ganas de joda.
Obviamente, los animales machos - al igual que nosotros - se ponen de lo más babosos (además de "tensos" en algunas de sus partes) y, sometidos a la emoción eréctil del momento, son capaces de hacer performances increíbles como parte de su ritual de amor y conquista. Y no solo eso, también están dispuestos a despedazar a cualquier oponente que les quiera birlar el harén que, según les cuchichea el llamado de la selva en la sangre, les pertenece. 

Sin embargo, en esto del sexo y las relaciones entre pares, la Naturaleza es un planeta tan exótico como estrafalario. Como muestra, los loros de cabeza blanca, tienen la estrambótica costumbre de vomitarse mutuamente para refrendar todo el amor que sienten el uno por el otro.
Los monos bonobos, por su parte, se lo pasan “enchufados” con su pareja o con quien sea, a cada rato y por cualquier motivo. Para ellos, el sexo es la liberación de todas las tensiones y el delicioso camino que conduce a la tranquilidad y la siesta. Claro que la matraca entre ellos dura apenas 15 segundos...
¿Y cómo andamos por casa?

La feminidad, llámese también femineidad, es en realidad una manifestación propia de la naturaleza intrínseca de todo tipo de seres vivos y que tiene un propósito muy definido. Lo que pasa es que, tanto hombres como mujeres y derivados, hemos extendido esta “función” fuera del período de apareamiento o de fertilidad hasta tenerlo en modo “encendido” las 24 horas del día.
Desde que Eva se puso la hoja de parra a una cuarta del ombligo, las chicas son sexis de una forma cada vez más artificial  y los hombres no descubriríamos con el olfato ¡ni de broma! si hubiera “celo” de por medio.

Lo de hoy, en el sexo y la conexión macho-hembra, es un caos de señales y mensajes subliminales que hacen necesario echar mano al instinto, a la buena lectura del lenguaje corporal o a una brillante interpretación de la foto y lo señalado en la pantalla en donde aparece nuestra interlocutora en alguna red social. Es decir, rápidamente tenemos que decodificar y descifrar si ella es ella en realidad, si tiene los años que dice, las gracias que cuenta y si todas las demás cosas que aparecen descritas son siquiera parecidas a la mitad de lo que vemos en la deslumbrante descripción que hace de sí misma.

Vivimos tiempos turbulentos donde la interpretación es la madre del cordero. También, hay que saber que uno puede hablar acerca de un hombre y decir “macho”, pero, hay que tener mucho cuidado para decir “hembra” en referencia a una mujer. Inmediatamente te va a caer encima el lote de féminas que reniegan de su condición de tales porque todo lo ven desde la oscura perspectiva del sometimiento, de la inferioridad, de la injusticia o hasta de la inequidad, por aquello de ganar menos que un hombre por hacer el mismo trabajo.

El Siglo 21 ha traído consigo la alta tecnología del reemplazo orgánico, de la metamorfosis instantánea, del salto quirúrgico de macho a hembra y viceversa, como también nos provee de una variada gama de adminículos inteligentes (ronroneadores y vibrátiles) que hacen las delicias de la gente floja y/o cansada de perder el tiempo con algún(a) cómplice del “cuadrilátero” sin ningún talento ni gracia para una sesión divertida, sabrosa y orgásmica.
Es que, de estos machos pajeros, “eyaprecoces” y aburridos - dicen ellas - está lleno el planeta.

Todo parece apuntar a un mundo súper tecnologizado donde la ciencia de lo virtual y las aplicaciones cuánticas nos abrirán paso a otra dimensión de una realidad sensorialmente tangible, y a su vez, llena de los beneficios que hoy solo aplican en nuestros más encandilados y fogosos sueños.
En lo virtual, seremos los dioses del sexo y amos del mundo por lo que dura la sesión de la máquina (o por el tiempo que aguante el cuerpo). En ese espacio que hace realidad todo lo que ambicionamos y también se hará de carne, hueso (y todo lo demás), la pareja perfecta que habita en nuestra psique y que nos arrebata desde el corazón hasta aquel péndulo travieso, el verdadero precursor de la sobrevivencia de la especie.
En la virtualidad, habrá revolcones épicos, numerologías posicionales imposibles, contorsiones impropias de nuestra condición esquelética...

Obviamente, lo mismo ocurrirá para ellas. Tendrán a su disposición al hombre perfecto o a la chica de sus fantasías o lo que sea a lo que le quieran apuntar. La imaginación no tendrá límites y... la moral... ¿La Moral?...Pues, imagino que continuará su inexorable camino al surrealismo, a la metamorfosis y al abandono de deberes.
En fin, nunca es tarde para felicitar a una concentración extraordinaria de mujeres que se reunió hace algún tiempo en nuestra capital para expresar su beneplácito de estar todas juntas, desahogar su rechazo al abuso y al feminicidio o para demandar igualdades de derechos respecto de los hombres y también aprovechar de exteriorizar  jubilosamente todo aquello tan propio de las mujeres, de todo tipo de mujeres.

Me atreveré a decir que dentro de las cosas que no me gustaron de esta monumental manifestación fue la exhibición rabiosa de tetas (por sobre los 500 cc) que hicieron algunas militantes durante la marcha para demostrar su descontento feminista, pero aún más su desaforado desprecio por la autoridad. Esto último, un acto innecesario que significa nada y que solo encadena la gesta con la vulgaridad y la falta de talento en la aplicación de los recursos. Es la versión femenina del ponerse la mano en los testículos que hacemos los hombres para despreciar a los demás.

Creo que nunca me acostumbraré a ver la ordinariez en una mujer. Me crie entre tres de ellas y puedo jurar por lo más sagrado que nunca me tocó ver en ninguna de las tres algún gesto violento que yo podría considerar ordinario, vulgar o derechamente obsceno.

Si de algo sirve la cultura – y aquí me pongo entre cursi y rebuscado - es para impulsar a que aquellas no desvirtúen la delicada expresión de la esencia de su naturaleza de mujer o de aquella cualidad intrínseca de lo femenino, esa particular belleza de la que están compuestas a partir de aquellas moléculas, células, átomos y otros elementos del satélite, del planeta y de la estrella que conforman su galaxia, la propia y la única.

En fin, tengo montón de razones que están en alguna parte de mi conciencia y de mis pensamientos más encandilados con dedicación exclusiva a mi amor incondicional por las mujeres.

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Alien Carraz


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